Origen de la palabra «gringo»
por Roberto Ponce
Cuenta el que
fuera cronista de la Ciudad de México, Artemio de Valle-Arizpe (1884-1961), que
el origen de la palabra "gringo" data de los días septembrinos de
1847, cuando el ejército norteamericano de Winfield Scott tomara la capital
mexicana.
De Valle-Arizpe
refiere el hecho en su relato «La Generala», sucedido en la calle de Capuchinas
-donde se alzaba el convento que se derribó para abrir la calle Lerdo-. Y
aunque en el texto sólo menciona de paso el origen del nombre «gringo» (su
intención posee otros derroteros de comicidad en aquellos días trágicos, por
tratarse de una cabra, a la que las monjas capuchinas llamaron «La Generala», y
que conmoviera el corazón de Scott), el historiador escribe:
Los usurpadores
trajeron una cancioncilla de vulgaridad sobresaliente, con cadencias roncas,
monótonas y largas, que sonaba opaca y sin gracia en los oídos mexicanos, tan
hechos a los sones animados y frescos de su música popular que distrae al más
misántropo, y una tan pegadiza que, sin permiso del entendimiento, la tararean
los labios.
Los envanecidos
vencedores iban por calles y plazas cantando esta canción; jamás se les caía de
los labios la infeliz tonadilla. Green grow the bushes (lo que en su idioma
significa: «crecen las matas verdes»), decían las primeras palabras; por lo que
la gente de la ciudad, al oír repetir tanto y a todas horas esa abominable
canción de green grow, llamó gringos a los norteamericanos, haciendo de las dos
expresiones una sola, que pronunciaban a su manera. Esta es la versión de la
palabra despectiva.
Buscando aquí y
allá por diferentes catálogos de canciones folklóricas de Inglaterra y Estados
Unidos, dimos con la mentada melodía de aliterativas guturales que puede
escucharse en Internet bajo el nombre de «Green Grows the Lilacs» («Verdes
crecen las lilas»).
Hay innumerables
versiones cambiantes, todas girando en torno a lo verde como crecen pastos y
flores. Dicha tonada a ritmo de vals lento tuvo sus orígenes en una canción
parecida, «Green Grows the Laurel», que fuera muy popular en la Escocia del
siglo XVII, sustenta el musicólogo Barry Taylor:
La balada
norteamericana cuenta la historia de un soldado americano enamorado de una
joven sirvienta. Aunque no poseo las palabras de la versión anterior,
evidentemente se trata de un tema similar pese a las distintas nacionalidades.
Una historia sobre el origen de las canciones especula que los vaqueros del sur
de Texas la cantaban y que los mexicanos, al no entender qué decían, sólo escuchaban
’green grow’ («lo verde crece»), y así fue que los norteamericanos fueron
llamados gringos por los mexicanos.
Algunos
historiadores afirman que el término se acuñó durante la incursión de las
tropas estadounidenses en pos de Pancho Villa. Sin embargo, en las
investigaciones referenciales «Urban Legends» («Leyendas urbanas») de Barbara y
David P. Mikkelson, esta pareja niega que aquella canción sea la fuente
primaria de «gringos». Alegan que, a decir de Hugh Rawson (en «Devious
Derivations» -«Derivaciones engañosas», Nueva York, 1994-), el mote apareció en
el Diccionario Castellano de Málaga, España, hacia 1787, y definía «gringo»
como «el extranjero que posee cierto tipo de acento fuereño al del español»,
siendo un término utilizado en Madrid para designar a los irlandeses.
Y aunque los
Mikkelson creen que la palabra «gringo» proviene de otra similar: «griego», por
semántica y afinidad fonética, su explicación no convence. Determinan que
«tanto en inglés como en castellano», cuando una persona no entiende algo,
dice: «Está en griego» (lo cual no es verdadero en el caso del español hablado
en México, donde decimos: «Está en chino»). Y se remontan a la obra de William
Shakespeare, Julio César, donde el dramaturgo inglés retoma dicho significado
del proverbio latino Graecum est; non potest legi, que equivale a: «Está en
griego; no puede leerse».
Concluyen que
sería plausible que la palabra «gringo» haya precipitado su introducción en la
lengua inglesa durante la guerra entre México y Estados Unidos (1846 y 1848),
pero que era una palabra que ya existía al menos unos sesenta años atrás, «y
nada tenía que ver con soldados cantando, norteamericanos, ni nada por el
estilo». Estos mismos historiadores también recogen la versión de que dicha
melodía la cantaban voluntarios de la Legión Irlandesa que sirvieron al
ejército de Simón Bolívar durante la guerra de independencia de Venezuela, a
principios del siglo XIX. ¿Entonces?
Hay que ir hacia
1794, donde existe un registro de la balada escocesa «Green Grow the Rashes», con
versos pícaros del poeta Robert Burns (1759-1796), también escocés, que él
mismo cambió una y otra vez: "Oh, qué verdes me crecen las costras por las
horas que pasé entre las jóvenes sirvientas..."
«Lovely Jamie»
(«Amada Jamie») es también otra canción popular anglófona que incluye en el
coro la expresión «qué verdes crecen los juncos», si bien se trata de un amor
que termina mal: el padre de Jamie la mata por el amor de ella a un trovador, y
éste va al cementerio a ver crecer la hierba:
Oh, qué verde crecen
los juncos y altos los árboles.
Y el amor espera
para ti y para mí...
Viéndolo bien,
la versión de Artemio de Valle-Arizpe acerca de la palabra «gringo» no suena
tan descabellada, y es muy probable que los soldados invasores hayan cantado
alguna de estas versiones, ora burlándose por su hazaña invasora, por las
mujeres que violaban, o bien extrañando a las que dejaron en casa, desde su
llegada a México el 14 de septiembre de 1847. Una pista: en el relato de «La
Generala», De Valle-Arizpe cuenta cuán grande fue la humillación que sintieron
los mexicanos al ver la bandera de Estados Unidos ondeando en Palacio Nacional,
por lo que la única manera de saldar la afrenta era matando soldados gabachos a
escondidas:
«A diario
amanecían muertos varios gringos. Los mexicanos, indignados con su humillante
presencia, les ponían lazos y paradas en muchas partes, y ellos, con su natural
candidez, caían en las emboscadas.» Así, Winfield Scott prohibió que se
hicieran sonar las campanas de las iglesias y conventos como era común en
México, pues pensaba que era la señal de lucha para congregar a la gente allí y
conspirar. En el silencio de las calles, lo único que podía oírse eran los
cantos de aquella canción que entonaban los invasores gringos:
Crecen verdes
las lilas, iluminadas de rocío.
Estoy tan solo,
querida, desde que partí de ti;
pero cuando nos
veamos espero demostrarte mi amor
y que las verdes
lilas cambien su color a rojo, blanco y azul...
Claro, era una
versión que aludía al Destino Manifiesto, pues el verde correspondía a la
bandera mexicana y, con su canto, los gringos también suplantaron el verde para
agregar el azul de la suya, en barras y estrellas.
(Fuente:
Historia, tradiciones y leyendas de calles de México, de Artemio de
Valle-Arizpe. Tomo III, Editorial Planeta Mexicana, 1999).
Comentarios
Publicar un comentario