Misión encomendada y cumplida



Misión encomendada y cumplida
Alexa Lugo Guevara
Matagalpa, Nicaragua, 9 septiembre 2018
En la mirada de Miguel Ángel (Francisco Rivera) noté algo que no supe definir en eso momento, le pidió a Marcos nos dejara solos y éste se fue; de despedida sólo me tocó la cabeza.

Miguel Ángel me mandó a cambiarme de ropa, me quitó la carabina y me entregó una pistola 9 mm. Me preguntó si la sabía armar y desarmar, conteste que sí.

Nos metimos a un cuarto donde había radios de comunicación, etc. y me dijo que tenía una misión para mí, que era de alto riesgo y por eso él había pedido fuera una de las compitas de Matagalpa, porque era de su conocimiento nuestro fogueo y preparación político ideológica que era superior a la mayoría de combatientes. Me aclaró que no era menospreciar al resto de combatientes pero que él estaba seguro que much@s de ell@s no tenían esa preparación. Me preguntó mi edad y me dio las instrucciones. Me dijo que Gorrión y Emeterio me acompañarían hasta cierta distancia del hospital de Estelí; que buscará a una compañera enfermera de nombre Luz Úbeda; ella te mostrará al compañero que debes de cuidar; tu misión es protegerlo a costa de tu propia vida; él está herido, no me dijo como se llamaba. En forma de despedida me volvió a repetir; me respondés por él con tu vida, me abrazó y nada más. No me dijo que se iban a retirar ni nada por el estilo.

Cuando llegué al hospital busqué a la compañera que me había indicado; ella era una mujer alta, seria. Me llevó a una sala que estaba llena de heridos, la mayoría eran guardias. Llegamos a la cama donde estaba el herido y ella sin hablar me indico con su cabeza cual era; yo me acerqué. Era un hombre blanco y ojos verdes. Me quedé sentada en la cabecera de la cama, nunca pronunciamos palabra alguna. Estaba sedado el compañero.
Pasó esa noche y el día siguiente. Ya oscurecía cuando el silencio fatal que había en esa sala fue interrumpido brutalmente, la guardia estaba entrando aquel hospital; los gritos, el ruido asesino de sus botas, estaban haciendo acto de presencia. La sombra del miedo y del terror cobijó a tod@s lo que ahí estaban y que no eran guardias. El jefe militar ordenó a todos los heridos que se identificaran. Al pasar él por cada cama se escuchaba decir un número, la cama donde estaba el compañero que cuidaba estaba en medio de la sala. Escuchamos pronunciar varios números antes que llegaran dónde nosotr@s. En ese momento yo no sabía qué hacer, ni que decir; solo recordaba las palabras de aquel hombre: " Me respondes por él con tu vida”. 22 sept., 6 pm.

Por mi mente no pasó una imploración a Dios por mi vida, ni misericordia alguna; sólo las palabras de Miguel Ángel estaban fijadas en mi memoria. Cuando el jefe de los guardias llegó a nuestro lugar le ordenó al compa identificarse. Al ver que aquel hombre no pronunciaba ninguna palabra fui yo la que respondí, de inmediato una leyenda que jamás escuché salió de mis labios, dije, somos de Santa Cruz, yo me llamó Martha y soy su esposa. El monstruo ordena quitarle la sábana, orden que otro guardia cumplió, fue hasta ese momento que me di cuenta que él compañero aún tenía un pantalón pinto y una bota suela de tractor café claro, puesta en el pie que no tenía herido, el jefe de los guardias dijo, este es de los meros, meros, enterró su bayoneta en el pie herido del compa y su grito fue estremecedor; eso me estremeció profundamente.

El guardia inmediatamente se dirigió a mí, con su culata empezó a golpearme, a patadas; quería le dijera quienes éramos en verdad, me maltrataron a su gusto; no sé cuántos guardias, ni se cuánto tiempo; pararon hasta que se escucharon golpes en la puerta principal del hospital.

Me halaron, así como estaba ensangrentada, vapuleada, torturada; me mandaron poner de pie. Casi no tenía fuerza, pero lo logré. En ese instante un doctor, a como pudo se acercó a mí y me metió una pastilla en la boca. Se escuchaban voces que decían, compita ábranos que venimos a sacar al Segoviano (José del Carmen Aráuz).

El guardia me ordenó abriera la puerta, yo en vez de abrir la puerta, y no sé de dónde cogí fuerzas y grité, váyanse que la guardia está aquí. De inmediato se escuchó aquel terrible ruido cuando montaban sus Garand. Inmediatamente los disparos salieron, yo me tiré al suelo a como pude. La pistola que Miguel Ángel me había dado la había escondido en el cielo raso, que le faltaba unas láminas, antes de que entrara la guardia.

En el suelo, cubriéndome de las balas me arrastré hacia donde pude. Varias señoras que estaban ahí, y que yo no conocía por no ser de Estelí, me limpiaron, me consiguieron ropa, me consolaron y me apapacharon.  Reaccioné con indiferencia, creó que impulsada por el mismo dolor; una lágrima no salió de mis ojos, me levanté y di las gracias, simplemente, a esas valientes mujeres.

Me fui a buscar a la compañera enfermera que supuestamente me ayudaría; no estaba por ningún lado, se había escondido. La guardia estaba revisando las salidas y entradas del hospital; yo al menos podía seguir buscando alternativas para cumplir con lo que Miguel Ángel me había ordenado.

Me movía con mucha dificultad, el dolor de todo mi cuerpo era irresistible; y el dolor de mi dignidad mancillada era peor; pero tenía fijación para salvar aquel hombre y así cumplir con la misión que se me había encomendado. Mi terquedad por cumplir con esa misión no me dejaba pensar en mi dolor.

Nuevamente llegué junto a la cama del compañero que estaba anestesiado, le habían operado nuevamente.

Se acercó el doctor, preguntó mi nombre y de donde era; confíe en él y le dije. Él me dijo, sos una niña valiente, siento mucho lo que te pasó, pero sabes que nos sos ni la primera ni la última, así es que estoy orgulloso de vos, y me abrazó; pero aquel abrazo para mí fue fatal, ya que me acordé de mi querido tío Trino, médico también; rompí en llanto, y el Doctor me dijo, sécate tus lágrimas, levanta tu frente que debes cumplir con tu misión y yo voy a ayudarte.  Eso fue para mí un alivio muy grande, no conocía a nadie de Estelí, porque la gente que conocía, a estas alturas, debía de estar ya en la guerrilla.

El Doctor me dijo que Miguel Ángel le había mandado una comunicación, para que me dijera que se habían retirado; que habían intentado sacarnos de ahí pero que fue imposible; y que él confiaba en que yo cumpliría. En ese momento el dolor del compañero, y el mío, no me dejaba pensar cómo iba a hacer para cumplir esa misión. Pasó la noche.

El Doctor hizo revisión a todos los heridos de la sala; guardias y civiles, curó, limpió, etc. Un momento después regresó con cara de algo de satisfacción, me dijo, vendrá la Cruz Roja Internacional y debemos buscar la manera de sacarlo, no sé cómo le haremos, estate lista a mi señal. Efectivamente, una hora después, supongo las 6 de la mañana, entró la Cruz Roja Internacional, que todavía gozaba de un poco de respeto por parte de la guardia. Como yo siempre digo, " Mi Vida ha sido protegida por ángeles “; en el preciso momento que entró la Cruz Roja Internacional, se da el relevo del pelotón de guardia que estaba en el hospital desde la tarde anterior y causantes de tanto dolor.

Yo estaba preparada psicológicamente para la señal del doctor, fue como un relámpago, lo sacamos en una camilla, lo montamos en una ambulancia. Una muchacha bonita me consiguió unas almohadas para proteger el pie herido del compañero, no podíamos esperar más. Cuando salimos del hospital, cálculo yo eran 7 ambulancias, vi aquellas calles desoladas; el silencio y el olor de la guerra era terrible, sentí una fea sensación.

En las ambulancias iba bastante gente; en la nuestra solo íbamos el chofer, el compa y yo; éramos los últimos en la caravana. El Doctor, al despedirse me abrazó y me dijo, todo saldrá bien, recordá siempre tu valentía y ya verás que todo saldrá muy bien; le dije gracias a él y a la muchacha ojos verdes; en ese momento el doctor me entregó una pistola 38, gatillo escondido y cañón recortado.

No enrumbamos a la salida sur, nos fuimos de Estelí. No pensaba otra cosa más que en salvar a ese hombre. No me preocupaba mi propia vida o las circunstancias no me dejaban pensar.  Llegando a Sébaco había una enorme fila de carros, por radio se comunica la ambulancia de que la guardia está revisando uno por unos todos los vehículos. Sentí que de ahí no pasaba, esa guardia era la de Matagalpa y a ellos no les iba a evadir jamás; aún me buscaban y mi casa seguía tomada por ellos; lo supe tres días antes, la Chilona me comentó.

Le dije al conductor, por Sébaco no podemos pasar, debes de regresarte y salir por León. El hombre me quedó viendo, como quien dice, ¿qué le pasa a ésta?, ¿quién es para darme órdenes? Cuando vio mi pistola sólo miró al frente y atrás para ver si podía dar vuelta, y lo hizo sin palabra alguna. De repente vimos que a las otras ambulancias les estaban abriendo camino; estaban pasando sin ser revisadas, la guardia les estaba dando pase preferencial, mis ángeles hacían acto de presencia nuevamente.

Llegamos a Managua, nos llevaron al hospital Oriental, internaron a los heridos. A l@s acompañantes familiares etc. nos llevaron a una filial de la Cruz Roja que estaba en Monte Tabor; yo ni idea tenía de donde quedaba eso, ahí dormimos todos los que llegamos de Estelí. Las ambulancias debían de regresar por más heridos. Nos dieron comida y ropas, nos asignaron una especie de catre de lona cruzrojista. A descansar y mañana veremos.


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